sábado, 6 de septiembre de 2014

Atacan reparto de alimentos en un hogar social.

Tras unas semanas de trabajo en el Hogar Social Madrid se llevó a cabo un reparto de bocadillos en la puerta del mismo. Al rato acudió un grupo de antifascistas con piedras y botellas; reventaron el puesto y pisaron la bandera de España. ¿Antifascistas o antiespañoles?, ¿clase obrera o desechos sociales? Aquí dejamos el vídeo del ataque y la declaración de una vecina que vió lo ocurrido:


Sobre el Hogar Social Madrid:
Este proyecto de ocupaciones patriotas inconformistas, surgido en Zaragoza, germina ahora en Madrid, donde un grupo de activistas hemos puesto en marcha el inicio de lo que, sin duda será, algo para recordar. Nuestra inquietud y preocupación por mejorar nuestros barrios y ciudades, es lo que nos ha llevado a trabajar duro para intentar, al menos intentar, cambiar especulación por solidaridad, sustituir usura por comunidad, demoler el poder del dinero por la fuerza del trabajo desinteresado por nuestro pueblo, porque la revolución empieza en los barrios, en la conciencia de cada hombre y de cada mujer que lucha por defender los derechos de quien no tiene un techo digno, de quien no puede dar de comer a su familia, de quien sufre la avaricia de banqueros usureros y el egoísmo de políticos corruptos.
Todo ello nos ha conducido a realizar una ocupación patriota no conforme en la capital, en un edificio de carácter industrial y de gigantescas dimensiones; se encuentra prácticamente desmantelado, ya que debido a una "reforma" que no se finalizó, las instalaciones básicas parten prácticamente de cero, por lo que hemos decidido comenzar por habilitar principalmente dos plantas, cada una de ellas de unos 850 metros cuadrados. Una vez reformado y rehabilitado, lo enfocaremos a la realización de actividades de tipo lúdico, social y cultural, sin dejar de lado el dar cobijo a los españoles más necesitados, de forma que podremos realizar más actividades y en mayor volumen, a medida que el proyecto y las ayudas crezcan.
Puede que no duremos demasiado, que no podamos alcanzar todo lo que quisiéramos, incluso puede que fracasemos en el intento, pero lo habremos intentado, y habremos avanzado, estaremos un poco más cerca de conseguir nuestro sueño. Por eso, para que podamos hacer de esta ilusión una realidad, necesitamos tu ayuda.
Trabajo y sacrificio por nuestro pueblo, porque nosotros somos pueblo.

Para contactar, escribid a hogarsocialmadrid@gmail.com

lunes, 1 de septiembre de 2014

Es la guerra santa, idiotas

Pinchos morunos y cerveza. A la sombra de la antigua muralla de Melilla, mi interlocutor -treinta años de cómplice amistad- se recuesta en la silla y sonríe, amargo. «No se dan cuenta, esos idiotas -dice-. Es una guerra, y estamos metidos en ella. Es la tercera guerra mundial, y no se dan cuenta». Mi amigo sabe de qué habla, pues desde hace mucho es soldado en esa guerra. Soldado anónimo, sin uniforme. De los que a menudo tuvieron que dormir con una pistola debajo de la almohada. «Es una guerra -insiste metiendo el bigote en la espuma de la cerveza-. Y la estamos perdiendo por nuestra estupidez. Sonriendo al enemigo».
Mientras escucho, pienso en el enemigo. Y no necesito forzar la imaginación, pues durante parte de mi vida habité ese territorio. Costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia. Todo me es familiar. Todo se repite, como se repite la Historia desde los tiempos de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las Termópilas. Como se repitió en aquel Irán, donde los incautos de allí y los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del libertador Jomeini y sus ayatollás. Como se repitió en el babeo indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, que al final -sorpresa para los idiotas profesionales- resultaron ser preludios de muy negros inviernos. Inviernos que son de esperar, por otra parte, cuando las palabras libertad y democracia, conceptos occidentales que nuestra ignorancia nos hace creer exportables en frío, por las buenas, fiadas a la bondad del corazón humano, acaban siendo administradas por curas, imanes, sacerdotes o como queramos llamarlos, fanáticos con turbante o sin él, que tarde o temprano hacen verdad de nuevo, entre sus también fanáticos feligreses, lo que escribió el barón Holbach en el siglo XVIII: «Cuando los hombres creen no temer más que a su dios, no se detienen en general ante nada».
Porque es la Yihad, idiotas. Es la guerra santa. Lo sabe mi amigo en Melilla, lo sé yo en mi pequeña parcela de experiencia personal, lo sabe el que haya estado allí. Lo sabe quien haya leído Historia, o sea capaz de encarar los periódicos y la tele con lucidez. Lo sabe quien busque en Internet los miles de vídeos y fotografías de ejecuciones, de cabezas cortadas, de críos mostrando sonrientes a los degollados por sus padres, de mujeres y niños violados por infieles al Islam, de adúlteras lapidadas -cómo callan en eso las ultrafeministas, tan sensibles para otras chorradas-, de criminales cortando cuellos en vivo mientras gritan «Alá Ajbar» y docenas de espectadores lo graban con sus putos teléfonos móviles. Lo sabe quien lea las pancartas que un niño musulmán -no en Iraq, sino en Australia- exhibe con el texto: «Degollad a quien insulte al Profeta». Lo sabe quien vea la pancarta exhibida por un joven estudiante musulmán -no en Damasco, sino en Londres- donde advierte: «Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia».
A Occidente, a Europa, le costó siglos de sufrimiento alcanzar la libertad de la que hoy goza. Poder ser adúltera sin que te lapiden, o blasfemar sin que te quemen o que te cuelguen de una grúa. Ponerte falda corta sin que te llamen puta. Gozamos las ventajas de esa lucha, ganada tras muchos combates contra nuestros propios fanatismos, en la que demasiada gente buena perdió la vida: combates que Occidente libró cuando era joven y aún tenía fe. Pero ahora los jóvenes son otros: el niño de la pancarta, el cortador de cabezas, el fanático dispuesto a llevarse por delante a treinta infieles e ir al Paraíso. En términos históricos, ellos son los nuevos bárbaros. Europa, donde nació la libertad, es vieja, demagoga y cobarde; mientras que el Islam radical es joven, valiente, y tiene hambre, desesperación, y los cojones, ellos y ellas, muy puestos en su sitio. Dar mala imagen en Youtube les importa un rábano: al contrario, es otra arma en su guerra. Trabajan con su dios en una mano y el terror en la otra, para su propia clientela. Para un Islam que podría ser pacífico y liberal, que a menudo lo desea, pero que nunca puede lograrlo del todo, atrapado en sus propias contradicciones socioteológicas. Creer que eso se soluciona negociando o mirando a otra parte, es mucho más que una inmensa gilipollez. Es un suicidio. Vean Internet, insisto, y díganme qué diablos vamos a negociar. Y con quién. Es una guerra, y no hay otra que afrontarla. Asumirla sin complejos. Porque el frente de combate no está sólo allí, al otro lado del televisor, sino también aquí. En el corazón mismo de Roma. Porque -creo que lo escribí hace tiempo, aunque igual no fui yo- es contradictorio, peligroso, y hasta imposible, disfrutar de las ventajas de ser romano y al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros.