Los papeles secretos de la División azul
LA GACETA reproduce la declaración jurada que hizo tras 11 años de cautiverio en la Unión Soviética. En 21 folios, inéditos hasta la fecha, narra la odisea de los 372 prisioneros de la División.
La gesta del capitán Teodoro Palacios, que luchó en la División Azul y pasó once años prisionero en el gulag soviético, después de ser capturado en Leningrado, ha sido popularizada por Torcuato Luca de Tena en Embajador en el infierno. Lo que nadie sabía hasta ahora es que el escritor se inspiró en la declaración jurada que hizo el capitán. LA GACETA saca ahora a la luz, después de 58 años, el relato de Palacios. Es un testimonio en primera persona de 21 páginas que apunta jugosos detalles omitidos por Luca de Tena.
La batalla en la que se vio envuelta la División Azul el 10 de julio de 1943 fue decisiva. El relato de los hechos, que hoy reproduce LA GACETA en la inédita declaración oficial de Palacios, así lo atestigua. Los combates entre rusos y divisionarios que se desarrollaron aquella mañana en las afueras de Kolpino, a una veintena de kilómetros de un Leningrado sitiado, están narrados por Luca de Tena. Sin embargo, en los documentos que hoy publicamos constan, hora a hora, los avances del Ejército soviético en su lucha por controlar y rebasar el frente encomendado a la División Azul. Así, con ese lento discurrir entre pérdidas de ametralladoras y munición escasa, el relato adquiere tintes dramáticos y produce una sensación agónica.
La declaración de Palacios a la izquierda y lo relatado por Luca de Tena a la derecha.
Durante la refriega, y a tenor de lo aparecido en la novela, la
primera y segunda sección bajo el mando de Palacios se replegaron hacia
una posición desde la que poder abatir al enemigo sin por ello ser
rodeados por las muy numerosas tropas soviéticas. Fue un repliegue
táctico, no una huida. En su declaración, Palacios recuerda que el
repliegue fue “sin haber recibido órdenes mías”. Pero, lejos de criticar esta actitud, la justifica al “verse envueltas [las secciones] por un fuerte contingente enemigo”.
Los españoles eran ampliamente superados en número. Por cada divisionario que caía, decenas de rusos habían sido abatidos.
Sin embargo, la situación seguía siendo desesperada. El capitán
Palacios dio entonces la orden de “resistir hasta morir”. Gastarían
hasta la última bala, como así fue. En 1954 explicaba en su escrito por
qué no se retiró de la batalla a pesar de que resultaba evidente que
estaba siendo rodeado por las tropas enemigas. Y es que consideraba que
mantener su posición a toda costa implicaba “batir al enemigo por la
espalda”, y “entretenía un fuerte contingente rojo, superior a dos
batallones y evitaba, con ello, su progresión”. Además, “evitaba que
esta [la carretera que unía Krasny Bor con Kolpino] pudiera ser empleada por el Ejército rojo para el transporte de numeroso material”.
Loa a José Castillo
Por otro lado, y ante sus superiores, Palacios recuerda el
comportamiento ejemplar en combate de algunos de los hombres a su
mando, mereciendo por ello “una distinción”, cosa a la que no hace
referencia el libro Embajador en el infierno. Así, el capitán cree de
justicia rescatar del olvido la bravura e inteligencia militar del
alférez José del Castillo, “que no sólo cumplió todas cuantas órdenes
le di, si no que, personalmente, tomó aceptables iniciativas e influyó
sobre su tropa, con su presencia de ánimo, espíritu y moral”.
También menciona al sargento Ángel Salamanca “herido grave en ambos ojos, continuó combatiendo”; y al cabo Alfredo Carreño y a los soldados Victoriano Rodríguez y José Montaña, “heridos igualmente, continuaron la defensa hasta el último momento”.
No podían imaginar los españoles que la batalla del 10 de julio sólo
iba a ser para ellos la antesala de un infierno que iban a sufrir
durante 11 años a manos de la Unión Soviética, la gran
cárcel del mundo. El capitán Palacios sufrió las primeras presiones
nada más ser hecho prisionero: los soviéticos le interrogaron durante
45 minutos exigiéndole que, sobre unos mapas, situara el puesto de
mando, el de socorro y el lugar donde tenían emplazada la artillería.
Contrainformación
En la declaración oficial, el capitán afirma: “Intentaron por todos los
medios que señalase todo aquello que a ellos les interesaba y, sobre
todo, la ‘línea del Ishora’, de la que yo había dicho
que era la verdadera línea de resistencia y que el día anterior habían
sorprendido solamente la línea de vigilancia”. Luca de Tena omite este
detalle en su obra, así como que Palacios no dudó en “resaltar la alta
moral y alto espíritu combativo de la División”, a pesar de su condición
de prisioneros de guerra. »
»El relato Embajador en el infierno es exhaustivo al narrar
sobre el vivir y sentir de los divisionarios durante su periodo de
encarcelamiento en hasta 10 campos de prisioneros diferentes.
Enfermedad, hambre, frío, agotamiento, juicios, presiones y amenazas
eran el pan de cada día. No obstante, el capitán Palacios vivió
situaciones que no constan en el libro y que sí declara a sus
superiores, lo que hace que este inédito relato de los hechos resulte un
jugoso documento histórico.
18 de julio, día festivo
El 1 de mayo de 1948, Palacios se encontraba en el campo de prisioneros de Jarkof.
El jefe soviético quiso celebrar por todo lo alto el Día de los
Trabajadores y, para ello, ordenó a los presos desfilar ondeando
banderines rojos. Los detenidos de otras nacionalidades se sumaron al
festejo, mas no así los oficiales españoles, que permanecieron en sus
barracas, ajenos a todo. “Nos negamos, por supuesto”, zanja Palacios.
Hasta ahí la historia rubricada por Luca de Tena, aunque el capitán
recuerda, tal y como revela LA GACETA, que, ante la insistencia de un
oficial de guardia ruso que pretendió hacerles participar, no sólo se
negó sino que le espetó: “Nosotros no tenemos inconveniente en celebrar
la fiesta del trabajo, pero el día en que en España se celebra, no hoy
precisamente, sino el 18 de julio”.
Los incidentes con los guardias y comandantes rusos eran constantes, así como con los desertores españoles.
A principios de 1953, Palacios vivió su último conflicto con el
personal del campo de Rewda, cuya explicación enriquece en su
declaración: los españoles fueron obligados a trabajar los domingos y,
al negarse, el jefe del campo, de nombre Duetginov (alias Burán, por el
ciclón que azota la estepa), se dirigió a Palacios en tono de amenaza y
le dijo que en la Unión Soviética “la yerba también crece los
domingos”, a lo que él replicó que “en España los sábados se apura más
de la cuenta, para no tener que cortarla los domingos”. El incidente se
solventó cuando, tal y como explica en su declaración, “Hermógenes
Rodríguez reunió a los españoles y les dijo: ‘Sobre el capitán se cierne
una grave amenaza, [...] nuestro deber es evitar que se cumpla esa
amenaza y creo que debemos salir a trabajar los domingos. Yo saldré’.
Todos los demás compartieron esta opinión y el problema quedó zanjado”.
A los pocos días, el 5 de marzo de 1953, moría Iosif Stalin, Pepito, El
Bigotes, como le llamaban los españoles, y los divisionarios que aún
restaban vivos –220 de 372– fueron liberados del gulag, llegando al
puerto de Barcelona el 2 de abril de 1954, a bordo del Semíramis. Habían
sobrevivido al infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario