sábado, 23 de marzo de 2013

Orwell y las blanket words (palabras policía).

Nos encontramos en la época del "totalitarismo blando". Su esencia radica en que la represión no se ejerce a través del despliegue coercitivo de las autoridades (al menos no en primer término), sino de la autocensura y del control de los ciudadanos sobre sí mismos. De esta forma el orden establecido no se sostiene sobre la imposición, sino sobre la plasmación jurídico-política de un mar de fondo o consenso social. Pero ese autocontrol de los ciudadanos no puede de ningún modo limitarse (y aquí reside el quid de la cuestión) a no obrar mal, sino que debe comenzar por no pensar mal. Dicho en términos orwellianos: no basta con obedecer al Gran Hermano, es preciso también amarlo.

Y para ello es esencial el dominio del lenguaje. Así se destacan ciertas palabras que, más allá de sus significados específicos, asumen la función específica de instrumentos de represión de los malos pensamientos. Son en la terminología de Orwell, las "palabras-cobertura"(blanket words)*: auténticas "palabras policía" cuya función es encerrar series enteras de significados negativos con capacidad suficiente como para aplastar al adversario. El término "racismo" es hoy una de esas palabras. La más eficaz de todas. Su mera invocación dispara una serie de connotaciones odiosas (intolerancia, exclusión, discriminación, miedo al Otro, fascismo, genocidio) lo suficientemente  letales como para descalificar definitivamente al sospechoso. El racismo es pues el crimen de pensamiento por excelencia, el Mal político absoluto.

Lo más insufrible del pensamiento único es esa pretensión de legislar sobre las conciencias. En el caso que nos ocupa, no basta por tanto con rechazar los programas o políticas racistas. Es preciso también expurgar los propios sentimientos, alejar de la conciencia todo aquel reflejo que más levemente pueda aparentarse con el racismo, tal y como éste es definido por el discurso de valores dominante. El problema es que esa definición se ha salido de sus goznes, y la acusación de racismo se usa para aplastar cualquier expresión identitaria o de disconformidad ante el discurso oficial en temas como la inmigración o el multiculturalismo.

Legislar sobre los sentimientos. Cabe preguntarse: ¿por qué  y en nombre de qué? ¿Por qué toda preferencia por los próximos, cultural o étnicamente, debe de ser condenada? ¿Por qué la voluntad de preservar la cultura, la lengua y las costumbres propias debe considerarse sospechosa? ¿Por qué todo lo que se salga del ideal del mestizaje debe considerarse como algo anormal o patológico? ¿Acaso no se está incurriendo en un uso abusivo del término "racismo"? Porque lo cierto es que la naturaleza humana se inserta en todo un sistema de identificaciones, de preferencias y de solidaridades que funciona en círculos concéntricos. La familia, el clan, la tribu, la nación y así hasta llegar a la humanidad. Círculos que, si bien no determinan la extensión de los afectos (ni tienen por qué "encerrar" a las personas), sí los condicionan de entrada. Eso es una realidad incontrovertible.

*Las “blanket words” pueden ser tanto palabras como expresiones o frases hechas. Así en la Neolengua comunista clásica, la expresión "enemigo de la clase obrera" evocaba por asociación los términos de "burgués", "explotador", "opresor", "fascista", etc., para designar naturalmente a los enemigos del Partido Comunista. El mundo de la corrección política ha adoptado la práctica orwelliana de control del lenguaje a través de la depuración sistemática y la adopción de nuevas palabras policía ("sexista", "machista", "homofobo", "xenófobo", "conservador"). Otra práctica es la generalización de expresiones que redundan en la legitimación de cambios sociales en curso: así en vez de "familia" a secas se generaliza la expresión "familia tradicional" (en el sentido de "antigua") en contraposición a las parejas homosexuales, más asociadas a una idea de modernidad.


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