"Muchas veces habéis visto propagandistas de diversos partidos y todos os dirán que tienen razón frente a los otros, pero ninguno os habla de la que tiene razón por encima de todos: España.
Todo lo que habéis oído de España eran conclusiones pesimistas: estábamos atrasados y casi muertos. Pues bien: eso es mentira. Sabed que ahora, cuando el mundo se encuentra sin salida, asfixiado por esos adelantos con que se nos humilla, España es la que vuelve a tener razón contra todos.
Mientras otros pueblos padecen la angustia de no tener ya nada que hacer, España tiene por delante la tarea para cuarenta millones de españoles, que han de llegar a existir, durante 80 años.
Pero para realizar esa tarea, España ha de estar unida. Nada de partidos. Nada de derechas ni de izquierdas. Unas y otras miran el interes patrio desde su proprio interés. Nada tampoco de socialismo, que también es ya un partido político, partido de clase, al que le interesa la represalia de una clase contra la otra, no la justicia social y el reparto de derechos y de sacrifícios.
Esto sólo lo queremos nosotros. Cuando triunfemos, los que más tienen serán los que más se sacrifiquen. Pero no se les impondrá el sacrifício por rencor, sino por solidaridad humana y entrañable con los que han nacido en nuestra Patria. Y os dirán que somos señoritos! Si fueramos señoritos, en el mal sentido que se quiere dar a la palabra, nos interesaría conservar nuestros privilegios y no defender un régimen que nos los limite. Pero queremos que todos trabajen y que los sacrificios se sobrelleven entre todos, porque todos los sacrificios están bien pagados con la alegria y con la gloria de servir a España."
Fuensalida (Toledo), 20 de mayo de 1934
"Sentido heroico de la milicia"
"La milicia no es una expresión caprichosa y mimética. Ni un pueril "jugar a los soldados". Ni una manifestación deportiva, de alcance puramente gimnástica.
La milicia es una exigencia, una necesidad ineludible de los hombres y de los pueblos que quieran salvarse, un dictado irresistible para quienes sienten que su Patria y la continuidad de su destino histórico piden en chorros desangrados de gritos, en oleadas de voces imperiales e imperiosas, su encuadramiento en una fuerza jerárquica y disciplinada de una doctrina, en la acción de una sola táctica generosa y heróica.
La milicia iza su banderín de enganche en todas las esquinas de la conciencia nacional. Para los que aun conservan su dignidad de hombres, de patriotas. Para los que en sus pulsos perciben todavía el latido de la sangre española y escuchan en el alma la voz de sus antepasados, enterrados en el patrio solar y les resueña en el corazón el eco familiar de las glorias de los hombres de su nación y de su raza que claman por su perpetuidad.
Es la Patria quien necesita de nuestro esfuerzo y de nuestros brazos; ella es quien nos manda uniformar, formar todos como uno, vestir las camisas azules de la Falange Española. La Patria es quien borda con mano de mujer, de madre, de novia, sobre su pecho, exactamente encima de la diana alborotada del corazón, ansioso de lucha y de sacrificio, el yugo y el haz, las flechas simbólicas de nuestro emblema".
Madrid, 15 de julio de 1935 Extractado del diario "La Prensa"
La lanzadera que duerme en el telar
"Que si Monarquía, que si República, que si revolución, que si España es así, que si España es de otro modo. Y eso por todas partes. Reunidos tres españoles, no se habla de otra cosa que de política, de política, de política.
Quien lo ve, se pregunta. ¿Pero es que aquí, en España, nadie tiene otra cosa que hacer? Parece como si nos hubiera acometido una fiebre colectiva. Todos nos sentimos médicos para diagnosticar el mal de España, y ninguno repara en que él mismo es una parte de ese mal. Mucho más útil que escribir cien artículos es ponerse a hacer bien “algo”; lo más modesto, aunque sea remendar zapatos, dar cuerda a los relojes, limpiar los carriles del tranvía…
Pudiera resucitar para gobernarnos el más maravilloso de los gobernantes, y España no sanaría. No puede sanar mientras los carpinteros no sean mejores carpinteros, los matemáticos mejores matemáticos y los filósofos mejores filósofos.
En vez de procurarlo, todos nos hemos salido de nuestras faenas para volcarnos en la misma actividad: la política. Mientras vociferamos unos contra otros, aguardan arrumbados, en ociosidad que debiera sacudirnos como un remordimiento, los estudios que no se siguen y los trabajos que no se acaban. Mientras nos pelearnos entre nosotros -como dijo Ramón y Cajal, el glorioso maestro de la perseverancia-, la lanzadera duerme en el telar.
Ninguna palabra pudiera decir lo respetuosamente desconsolador que es este espectáculo para quien, apartado un momento de la locura colectiva, lo contempla con ojos de Historia. ¡Un pueblo entero, en cada uno de sus individuos, se resiste a cumplir con el deber! Y ese pueblo es España; justamente el pueblo en que todos los esfuerzos de una generación serían pocos para recuperar el retraso de lustros que debemos a antiguas perezas. Así, mientras nuestras Universidades no producen sino eminencias aisladas y muchedumbres de productos raquíticos, los universitarios (profesores y alumnos) se desgastan en el más díscolo pugilato de derechas e izquierdas. Y mientras en la bibliografía jurídica del mundo apenas se abre un hueco de segunda fila para tal cual nombre español, los juristas españoles cierran los libros de ciencia y redactan proclamas políticas.
Pero lo peor es ver así envenenada, frenética y desquiciada, a la juventud. En tanto que los muchachos de la izquierda (ya hasta los niños se dividen en derechas e izquierdas) escriben periódicos revolucionarios y los de la derecha organizan mítines monárquicos y suman firmas para documentos de protesta, ninguno se recoge, a pesar de que están por hacer innumerables cosas, y que las horas, los minutos que se desperdicien, al no hacerlas nunca, nunca se podrán recuperar. Por este camino, lo mismo da la Monarquía que la República que la revolución. Con el régimen presente o con otro seguirá España inficionada de su malestar. No hay otro remedio que aplicarse, cada cual en lo suyo, a la dulce esclavitud del trabajo. Sea nuestra oración de todas las mañanas: “Te ofrezco, España, la labor que voy a hacer durante el día; para que te pongas en camino de ser perfecta; yo no regatearé fatiga a mi tarea hasta acabarla con perfección.” Si no hacemos eso, no lograremos nada. Todo lo que llegue nacerá traspasado de muerte con ese frío del telar en que duermen las lanzaderas."
Unión Monárquica, núm. 102, 15 de diciembre de 1930
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