jueves, 29 de noviembre de 2012

Tolerancia y Libertad.



¿Qué virtud? Señalaba Ortega y Gasset que «al igual que no hay un ideal de “belleza en sí” no hay tampoco un ideal de moral válido para todos y para siempre», como emanado de un mandato trascendente o deducible de un principio universal-formal.“ Utilizando la conocida fórmula de Ortega, cabría decir que el ideal moral brotará no de una abstracción, sino del individuo (la vocación) y de su circunstancia: los contextos concretos, culturales e históricos. Y ahí reside la dimensión comunitaria sobre la que Alain de Benoist pone el acento: la pertenencia a una comunidad es una realidad insoslayable, puesto que estructura los valores entre los cuales hacemos nuestra elección. Cualquiera que sea el margen de ésta, siempre habrá «un número de valores que dependen de una adhesión por pertenencia, y no de una justificación por razones de principio». 

No hay una solución puramente individualista al problema moral. Tampoco hay solución fundada sobre los imperativos categóricos que dependen de una universalidad abstracta, porque las morales formales son impotentes para compensar la desaparición de los valores compartidos. La moral universal abstracta —abstracta porque universal— es insuficiente, porque menosprecia, hasta hacerlas insignificantes, las diferencias culturales. Y además, esa moral universal encarnada en el ideal de racionalidad de la filosofía moderna es, por su propia naturaleza, insuficiente. 

El gran problema de las morales formales es que son prisioneras de una ilusión, de una ingenuidad tipicamente liberal que tiene su origen en la ideología de la Ilustración y la Revolución francesa: considerar que nociones tales como «Libertad» o «Tolerancia» son valores absolutos a los que todos los demás deben rendir homenaje. Pero la pregunta es: ¿cómo es posible que algo tan insustancial, meras formas o posibilidades, sean consideradas como valores absolutos? Porque lo que realmente cuenta no es el vaso, sino su contenido. ¿Libertad para qué? Será para ser cobarde o valiente, generoso o mezquino, honesto o deshonesto. ¿Tolerancia hacia qué o quién? Habrá primero que definir lo que es tolerable y lo que no lo es. 

La tolerancia y la libertad no pueden ser, por su propia naturaleza, fines en sí mismas. Es preciso llenarlas de un contenido. Y eso es algo  que nuestra civilización liberal es incapaz de hacer. Una cuestión sin resolver en torno a la cual gravita la famosa «crisis de valores» de la modernidad. De ahí, por ejemplo, la vacuidad última de los famosos valores europeos» que son seña de identidad de la tecnoestructura bruselense; de ahí su inanidad cuando se contraponen a sistemas morales que sí contienen valores sustanciales, cuando se enfrentan a civilizaciones que sí creen en algo

El ideal de racionalidad de la filosofía moral moderna no puede proporcionar un horizonte de sentido que comprometa todos los aspectos de la vida. Orientado en el fondo a un ideal utilitario de bienestar material, es incapaz de articular una opción moral que implique los mayores sacrificios, incluido el supremo. Por eso se muestra impotente ante los ideales que sí lo hacen. La filosofía moral moderna «puede valer para ciertas obligaciones morales, especialmente las que hacen referencia a la justicia, pero es incapaz de asignar un estatuto ético a ciertas acciones, tales como el heroísmo» El heroísmo, ese gran ausente del lenguaje moral de nuestros días.

Rodrigo Agulló (DISIDENCIA PERFECTA)

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