jueves, 18 de octubre de 2012

Vivimos en un mundo decadente.



Nuestros abuelos trabajaron sin cesar. Nuestros padres trabajaron sobre la base de lo que construyeron nuestros abuelos. Nosotros aprovechamos lo que hicieron nuestros abuelos y nuestros padres, pero no construimos nada, ni siquiera defendimos lo que hicieron ellos. Sin embargo, estamos creídos  que es nuestro derecho disfrutar y mirar para otro lado cuando todo eso se acabe, como si las cosas le sucedieran a otro. Nuestros hijos posiblemente ni siquiera sabrán lo que significa el sacrificio, la disciplina, la responsabilidad, la conciencia de que las cosas deben ganarse y defenderse.

Nuestros abuelos defendían sus casas y sus familias a como diera lugar. No se les pasaba por la cabeza abandonar a los suyos a su suerte, bajar la cabeza y esconderse. Pero a ellos los dignificó el trabajo y el compromiso, mientras nosotros vemos derribar todo lo que ellos levantaron, en nombre de la libertad y de la modernidad que compartimos. Nosotros, las clases medias urbanas que van al psicólogo y nunca han aferrado una pala ni un pico ni una herramienta cualquiera ni siquiera por curiosidad. Tampoco un libro a no ser el que las cátedras de la destrucción mental y espiritual nos han puesto entre las manos.

Nosotros hipócritas, blandos, genuflexos, que opinamos de todo sin saber de nada. Y sobre todo hablamos por decenas de años de lo mismo sin hacer nada por evitarlo. Nosotros que nos creemos que la política es una parte de nuestro ego y vociferamos nuestra superioridad sobre las demás personas, en especial si son más pobres, sin considerar sus valores y sin considerar que no nos merecemos lo que disfrutamos individualmente porque nada que sea estrictamente individual perdura.

Nosotros que vivimos explicando la realidad según Deleuze, Derrida, Foucault, Sartre, Freud, Lacan o Marcuse, pero amamos por sobre todo a nuestro auto y quizás también a nuestro caniche, no podríamos soportar ni media jornada de trabajo de las que soportaron nuestros abuelos.

Nosotros que estamos a punto de desaparecer, pero creemos que el mundo no podría girar sin nosotros: unos seres tan “kármicos”, tan progresistas, tan evolucionados, que el universo de ninguna manera permitiría que nos falte nada y que esto es sólo una crisis pasajera. Nosotros estamos convencidos que somos el centro del mundo porque se fabrican pantallas y telefonitos para que nos mantengamos “conectados”. Sin embargo no somos más que unos pequeños pececitos con los ojos desorbitados contra el vidrio opaco de un mundo, que explicamos con soberbia en un idioma elemental y subconsciente.

Ninguno de nosotros lo admitirá ni hará nada por evitarlo: pero el próximo ciclo del mundo comenzará sin nosotros. Quizá hasta nuestros horribles canichitos y nuestros lustrosos automóviles tengan una posibilidad mayor de perdurar.

Juan Pablo Vitali

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