La utopía rosa-pastel del futuro
presenta un programa claro: el de una humanidad liberada de todas sus
contradicciones a través del mestizaje universal. La apología del mestizaje
—como moda o como imperativo moral— está a la orden del día en el lenguaje de los
media, de la publicidad, del show business, de las elites políticas y económicas.
Presentado como complemento natural de la globalización, el mestizaje seria
ante todo un hecho inevitable: «de aquí a veinte arios —explica el periodista -
francés Francois Hauter— seremos menos americanos, menos alemanes o franceses
que hoy, pero también menos negros, blancos o amarillos. La humanidad se
sumerge en un gran baño unitario». Algo ante lo que no cabe sino aplaudir: la
falta de entusiasmo es sospechosa de racismo.¿Se trata realmente de un hecho inevitable?
No sería la primera vez en la historia —señala el historiador Jean Monneret—
que se trata de hacer pasar por inevitable algo que solo lo es para los espíritus
débiles o de naturaleza conformista. Y es que, a pesar de todos sus cantos de
sirena, el mestizaje se enfrenta a importantes límites y contradicciones.
Primera contradicción: la del mestizaje
versus identidad. El cosmopolitismo —fenómeno positivo donde los haya— solo puede
existir por oposición a naciones constituidas, vivas y conscientes de su
identidad. Y es que el cosmopolitismo y los intercambios culturales funcionan
coma «radiaciones» que parten de núcleos de civilización autónomos. Si esos
emisores» de cultura devienen una mezcla de todo un poco, los auténticos
intercambios culturales serán a la larga sustituidos por una realidad
monocorde. Añade Monneret: «sería contradictorio felicitarse de encontrar en
Nueva York artistas franceses, arquitectos italianos, restauradores tailandeses
y escritores ingleses o búlgaros si Francia, Italia, Tailandia, Inglaterra y
Bulgaria hubieran dejado de existir, o si no fueran más que simples expresiones
geográficas porque, debido a sus cambios de población, hubieran perdido su
especificidad para convertirse en de todo un poco». ¿Acaso el «de todo un poco»
no equivale a un «nada de especial»? Segunda contradicción: las primeras víctimas
del mestizaje universal serian las etnias y las culturas demográficamente más frágiles.
Si la población de África se va a duplicar y las de China y la India van a
continuar creciendo (y emigrando), ¿qué será de la población alemana en
cincuenta años? ¿O de la población rusa? Vestigios condenados a la absorción
por las etnias mayoritarias. No se trata de negar el valor —atestado por la
historia— de los intercambios o de determinadas fusiones culturales, sino de
poner de relieve que un proceso de mezclas raciales a una escala nunca vista tendrá
consecuencias imprevisibles para Occidente. Pero este proceso encuentra, no
obstante, ciertos límites.
Primer limite: la batería del
mestizaje es un fenómeno exclusivamente occidental. No parece que en África, en
China, o en la India el estado de espíritu sea el de ser «un poco menos»
amarillos, negros o blancos, para ser «de todo un poco”. Segundo límite: el
Islam. Las mezclas entre musulmanes y no musulmanes existen y están permitidas
por esa religión solo para el caso de los hombres. Los hombres musulmanes
pueden unirse a cristianas o judías (no a politeístas), pero las mujeres
musulmanas solo pueden unirse a musulmanes. Y es que el Islam tolera la
diversidad racial, pero no tolera la diversidad cultural. 0 lo que es lo mismo,
el Islam engloba a los no musulmanes, pero no se deja englobar. ¿Qué análisis
extraen los dirigentes del mundo occidental? El propio de los consejos de administración:
mientras los dividendos no corran peligro... ¿A que intereses sirven los apóstoles
del mestizaje? A los del Mercado. Pero, como señala de forma inmejorable la filosofa Francoise
Bonardel, «el hecho de que toda gran cultura es un resultado de mezclas es una
realidad histórica que solo los profundamente ignorantes pueden obviar. Pero
que una cultura digna de ese nombre pueda indefectiblemente ser el producto de
los mestizajes ordenados por la ley del Mercado es una idiotez que habría
dejado estupefacto a Platón o a cualquier otro griego».
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