lunes, 7 de enero de 2013

No queda sino batirnos...

¿Batirnos contra quién? Contra la estupidez, la maldad, la superstición, la envidia y la ignorancia, que es como decir contra España, y contra todo. Escuchaba yo aquellas razones desde mi asiento en la puerta, maravillado e inquieto, intuyendo que tras esas palabras malhumoradas había motivos oscuros que no alcanzaba a comprender, pero que iban más allá de una simple rabieta de su agrio carácter. No entendía aún, por mis pocos años, que es posible hablar con extrema dureza de lo que se ama, precisamente porque se ama y con la autoridad moral que nos confiere ese mismo amor. A él, eso pude entenderlo más tarde, le dolía mucho España. Una España todavía temible en el exterior, pero que a pesar de nuestro orgullo nacional y nuestros heroicos hechos de armas, se había echado a dormir.[...] El comercio estaba en manos de extranjeros, las finanzas eran de los banqueros extranjeros, y nadie trabajaba salvo los pobres campesinos, esquilmados por los recaudadores de la aristocracia. Y en mitad de aquella corrupción y aquella locura, a contrapelo del curso de la Historia, como un hermoso animal terrible en apariencia, capaz de asestar fieros zarpazos pero roído el corazón por un tumor maligno, esa desgraciada España estaba agusanada por dentro, condenada a una decadencia inexorable cuya visión no escapaba a la clarividencia de aquel hombre excepcional.

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