sábado, 17 de marzo de 2012

Españoles en el Gulag (Parte I)

TdE/ REPUBLICANOS EN EL INFIERNO.
Al finalizar la Guerra Civil había en la Unión Soviética 2.982 “niños de la guerra” (evacuados durante el conflicto) y 130 educadores, a los que se unieron tiempo después 891 exiliados. La historiografía ha escaneado con precisión esos colectivos, pero resulta menos conocida la presencia de 192 alumnos-piloto, que habían llegado al país de Stalin para realizar un curso de pilotaje, y un número equivalente de marineros, cuyos barcos fueron incautados por los rusos. En fechas posteriores el balance aumentaría con 75 “desertores planificados” (alistados en la franquista División Azul con la intención de pasarse a las filas soviéticas ) y 44 “berlineses” (provenientes de la capital alemana). En total había 4.506 republicanos españoles.
La situación de los grupos presentaba diferencias notorias. Los exiliados aspiraban a establecerse en el país, y los niños perdieron la capacidad de decidir cuando les concedieron la ciudadanía soviética, pero la posición de cursillistas y marineros era más compleja. En un principio se les dieron dos opciones: mantenerse en Rusia o regresar a España. También se aludió a una tercera, apenas pespunteada; reemigrar a un tercer país. La mayoría de pilotos y marineros aceptó la invitación de permanecer en Rusia, aunque un grupo significativo de marinos decidió repatriarse a través de Turquía, vía que se mantuvo operativa durante buena parte de 1939. Ningún piloto se decantó en un principio por la repatriación: temían represalias a su retorno (como parte de un colectivo tradicionalmente de izquierdas) o bien no se atrevieron a exigir la vuelta a la España franquista en un entorno políticamente hostil.
Prisioneros de Stalin
Los problemas afectarían sobre todo a los pilotos y marinos que no quisieron regresar a España ni tampoco permanecer en la Unión Soviética. Los dirigentes rusos exploraron entonces la posibilidad de encontrar un país de acogida (Francia o México), pero esta salida de frustró, tanto por las reticencias de los países sondeados como por la desidia interesada de los soviéticos. Las autoridades, con el apoyo de los responsables del Partido Comunista de España (PCE) -estalinistas de estricta observancia-, entendían que un republicano quisisera, pese a todo, regresar a España, pero relegar a la URSS en beneficio de México o Francia constituía una “desviación” intolerable. Como priemra medida, los pilotos y marineros desafectos fueron separados del resto, y mientras los primeros pasaron por diferentes casas de reposo (Kirovabad, Planiernaya, Mónino), los últimos fueron agrupados en un hotel de Odesa.
Cuando unos y otros se percataron de que las dificultades para salir de la URSS se multiplicaban de un día para otro, se pusieron en contacto con varias embajadas europeas y americanas en Moscú con el fin de obtener permisos y visados. Algunos intentaron la repatriación con la ayuda de la embajada nazi en la capital rusa. Debido al pacto germano-soviético, las relaciones entre ambos países estaban normalizadas, y la legación hitleriana en Moscú informó a Madrid de que 27 españoles estaban dispuestos para regresar. La respuesta del gobierno franquista fue tajante: “NO procede la repatriación de los mismos”. Enojados por la acción de los republicanos, los soviéticos cambiaron de actitud, y en enero de 1940 lanzaron una primera advertencia. En Odesa fueron detenidos seis marineros, acusados de planear la huida; en Monino, ocho pilotos, señalados como espías. Unos y otros, por separado, recorrieron cárceles y campos de trabajo (Siberia, Círculo Polar Ártico), y varios murieron en una peripecia atravesada de calamidades. Fueron los 14 prisioneros españoles del Gulag.
Los demás marinos y aviadores vivieron confortablemente entre abril de 1939 y junio de 1941. “Luego nos tocaría trabajar como negros en los campos de Siberia, pero hasta junio de 1941, los que no habíamos mantenido firmes vivimos sin dar golpe a costa del Estado soviético”. declaró el cursillista Aliaga a su regreso a España. Peor la invasión de Rusia por parte de los nazis los condenó al Gulag. A partir del 22 de junio, todo extranjero era por definición un enemigo potencial, un hipotético quintocolumnista, y con más motivo un extranjero considerado sospechoso. El 27 fueron detenidos en Odesa 45 marinos; un día después, 25 pilotos y un maestro (Juan Bote García) en Tolstopaltsevo, en las afueras de Moscú. Un aspecto de la detención reclama un subrayado: estuvieron 13 o 15 años, según los casos, en los campos sin juicio ni condena. Un secuestro en toda regla.
Días después del arresto, iniciaron la ruta de la deportación en trenes Stolypin en condiciones deplorables: viajes sin fin, hambre y sed, amontonados como animales. Los marineros fueron llevados a Moscú, luego recorrieron las cárceles y campos de Gorki, Petropavlovsk, Novosibirsk, Krasnoiarsk, y más tarde fueron conducidos por el ría Yeniséi a trabajar en una carretera que abrochaba las ciudades de Norilsk y Dudinka, en el Círculo Polar Ártico. Territorio de barrizales, ciénagas, temperaturas gélidas: hasta 65 grados bajo cero. Y muerte: ocho marinos sucumbieron en menos de dos meses. También los pilotos conocieron las cárceles siberianas de Novosibirsk y Krasnoiarsk, pero el frío soviético les perdonó la vida: no pudieron ser trasladados al Círculo Polar porque se heló el Yeniséi. Aun así, hasta entonces no habían tenido que trabajar. Habían llegado, como antes los marinos, al Gulag.
Los campos de trabajo funcionaban según una lógica utilitaria: los hombres eran transformados en unidades de trabajo. En el proceso acelerado de industrialización, el Gulag procuraba mano de obra esclava y, por tanto, un aumento de la producción. Los horarios fluctuaron entre las catorce horas durante la guerra y las ocho desde finales de los cuarenta. Los domingos se descansaba: misa, teatro, bailes (en los campos mistos) y sobre todo fútbol. El pan era la medida del Gulag: 100 gramos para los castigados, 300 para los enfermos, 600 para quienes cumplían el cupo y 900 para los estajanovistas, que perseguían un rendimiento superior. La sopa de todos los días (un revoltijo de col, remolacha y zanahoria), un terrón de azúcar y arenques completaban la dieta alimenticia. Otros suplementos fuera de carta: raíces, pájaros y sus huevos, gusanos…
A partir de 1947 se regularizó una paga de entre 150 y 200 rublos y la recepción de paquetes de la Cruz Roja y la Iglesia evangélica alemana. Pero al muerte en el Gulag, donde en teoría estaba prohibida la tortura, acechaba siempre: alimentación deficiente, exceso de trabajo, enfermedades… Pese a todo, gracias principalmente a su juventud, la tasa de mortalidad de los 185 españoles del Gulag (según cálculos restrictivos; estimaciones más permisivas los sitúan cerca de los trescientos) se mantuvo en torno al 14′6%, baja en comparación con la de los prisioneros rusos y de otras nacionalidades. Los españoles fallecidos tenían derecho a que les ataran una tablilla con su nombre a uno de los pies; luego, a la fosa común. Muertos fuera del palio de la historia.
En 1942, los marinos supervivientes del Círculo Polar y los alumnos-piloto de Krasnoiarsk fueron reunidos en Kazajistán, en los alrededores de Karagandá, un paisaje estepario. En territorio kazajo estuvieron seis años y conocieron los campos de Karabas (dominados por los urkas, bandidos profesionales) Spassk y sobre todo Kok-Usek. Este último fue el campo por excelencia de los españoles. Era un establecimiento represivo de nivel intermedio, a medio camino entre los insoportables campos polares y los más benignos de la Rusia europea. Durante los cinco años en que albergó a los republicanos se produjeron noticias esperanzadoras (diez españoles fueron padres) y terribles (nueve perdieron la vida, incluida Petra Díaz, esposa de uno de los marineros).
Desde 1941 estaban llegando al Gulag otros grupos de españoles. La intervención de la División Azul en auxilio de los nazis no solo llevó a los campos a prisioneros de esa unidad, sino también a un colectivo que no participaba del entusiasmo franco-falangista de la mayoría: los “desertores planificados”. Eran comunistas que habían sido represaliados por el régimen al final de la Guerra Civil y que aprovecharon el enganche en la División Azul para proseguir el combate contra los nazis mediante la deserción al llegar a territorio soviético. Lo consiguieron 75 hombres. El premio a su fidelidad ideológica fue desconcertante: los campos de trabajo hasta 1949, aunque se beneficiaron de cargos subalternos y fueron tratados con corrección. Y el 15 de mayo de 1945, en la embajada española en Berlín, fueron detenidos por los rusos otros 44 republicanos. Conducidos a la Unión Soviética, hasta 1948 los mantuvieron, contra toda lógica, en el Gulag. La explicación: había entre ellos un agente franquista, y se imponía desenmascararlo antes de liberar al grupo.

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