Al finalizar la Guerra Civil había en la
Unión Soviética 2.982 “niños de la guerra” (evacuados durante el
conflicto) y 130 educadores, a los que se unieron tiempo después 891
exiliados. La historiografía ha escaneado con precisión esos colectivos,
pero resulta menos conocida la presencia de 192 alumnos-piloto, que
habían llegado al país de Stalin para realizar un curso de pilotaje, y
un número equivalente de marineros, cuyos barcos fueron incautados por
los rusos. En fechas posteriores el balance aumentaría con 75
“desertores planificados” (alistados en la franquista División Azul con
la intención de pasarse a las filas soviéticas ) y 44 “berlineses”
(provenientes de la capital alemana). En total había 4.506 republicanos
españoles.
La situación de los grupos presentaba
diferencias notorias. Los exiliados aspiraban a establecerse en el país,
y los niños perdieron la capacidad de decidir cuando les concedieron la
ciudadanía soviética, pero la posición de cursillistas y marineros era
más compleja. En un principio se les dieron dos opciones: mantenerse en
Rusia o regresar a España. También se aludió a una tercera, apenas
pespunteada; reemigrar a un tercer país. La mayoría de pilotos y
marineros aceptó la invitación de permanecer en Rusia, aunque un grupo
significativo de marinos decidió repatriarse a través de Turquía, vía
que se mantuvo operativa durante buena parte de 1939. Ningún piloto se
decantó en un principio por la repatriación: temían represalias a su
retorno (como parte de un colectivo tradicionalmente de izquierdas) o
bien no se atrevieron a exigir la vuelta a la España franquista en un
entorno políticamente hostil.
Prisioneros de Stalin
Los problemas afectarían sobre todo a
los pilotos y marinos que no quisieron regresar a España ni tampoco
permanecer en la Unión Soviética. Los dirigentes rusos exploraron
entonces la posibilidad de encontrar un país de acogida (Francia o
México), pero esta salida de frustró, tanto por las reticencias de los
países sondeados como por la desidia interesada de los soviéticos. Las
autoridades, con el apoyo de los responsables del Partido Comunista de
España (PCE) -estalinistas de estricta observancia-, entendían que un
republicano quisisera, pese a todo, regresar a España, pero relegar a la
URSS en beneficio de México o Francia constituía una “desviación”
intolerable. Como priemra medida, los pilotos y marineros desafectos
fueron separados del resto, y mientras los primeros pasaron por
diferentes casas de reposo (Kirovabad, Planiernaya, Mónino), los últimos
fueron agrupados en un hotel de Odesa.
Cuando unos y otros se percataron de que
las dificultades para salir de la URSS se multiplicaban de un día para
otro, se pusieron en contacto con varias embajadas europeas y americanas
en Moscú con el fin de obtener permisos y visados. Algunos intentaron
la repatriación con la ayuda de la embajada nazi en la capital rusa.
Debido al pacto germano-soviético, las relaciones entre ambos países
estaban normalizadas, y la legación hitleriana en Moscú informó a Madrid
de que 27 españoles estaban dispuestos para regresar. La respuesta del
gobierno franquista fue tajante: “NO procede la repatriación de los
mismos”. Enojados por la acción de los republicanos, los soviéticos
cambiaron de actitud, y en enero de 1940 lanzaron una primera
advertencia. En Odesa fueron detenidos seis marineros, acusados de
planear la huida; en Monino, ocho pilotos, señalados como espías. Unos y
otros, por separado, recorrieron cárceles y campos de trabajo (Siberia,
Círculo Polar Ártico), y varios murieron en una peripecia atravesada de
calamidades. Fueron los 14 prisioneros españoles del Gulag.
Los demás marinos y aviadores vivieron
confortablemente entre abril de 1939 y junio de 1941. “Luego nos tocaría
trabajar como negros en los campos de Siberia, pero hasta junio de
1941, los que no habíamos mantenido firmes vivimos sin dar golpe a costa
del Estado soviético”. declaró el cursillista Aliaga a su regreso a
España. Peor la invasión de Rusia por parte de los nazis los condenó al
Gulag. A partir del 22 de junio, todo extranjero era por definición un
enemigo potencial, un hipotético quintocolumnista, y con más motivo un
extranjero considerado sospechoso. El 27 fueron detenidos en Odesa 45
marinos; un día después, 25 pilotos y un maestro (Juan Bote García) en
Tolstopaltsevo, en las afueras de Moscú. Un aspecto de la detención
reclama un subrayado: estuvieron 13 o 15 años, según los casos, en los
campos sin juicio ni condena. Un secuestro en toda regla.
Días después del arresto, iniciaron la
ruta de la deportación en trenes Stolypin en condiciones deplorables:
viajes sin fin, hambre y sed, amontonados como animales. Los marineros
fueron llevados a Moscú, luego recorrieron las cárceles y campos de
Gorki, Petropavlovsk, Novosibirsk, Krasnoiarsk, y más tarde fueron
conducidos por el ría Yeniséi a trabajar en una carretera que abrochaba
las ciudades de Norilsk y Dudinka, en el Círculo Polar Ártico.
Territorio de barrizales, ciénagas, temperaturas gélidas: hasta 65
grados bajo cero. Y muerte: ocho marinos sucumbieron en menos de dos
meses. También los pilotos conocieron las cárceles siberianas de
Novosibirsk y Krasnoiarsk, pero el frío soviético les perdonó la vida:
no pudieron ser trasladados al Círculo Polar porque se heló el Yeniséi.
Aun así, hasta entonces no habían tenido que trabajar. Habían llegado,
como antes los marinos, al Gulag.
Los campos de trabajo funcionaban según
una lógica utilitaria: los hombres eran transformados en unidades de
trabajo. En el proceso acelerado de industrialización, el Gulag
procuraba mano de obra esclava y, por tanto, un aumento de la
producción. Los horarios fluctuaron entre las catorce horas durante la
guerra y las ocho desde finales de los cuarenta. Los domingos se
descansaba: misa, teatro, bailes (en los campos mistos) y sobre todo
fútbol. El pan era la medida del Gulag: 100 gramos para los castigados,
300 para los enfermos, 600 para quienes cumplían el cupo y 900 para los
estajanovistas, que perseguían un rendimiento superior. La sopa de todos
los días (un revoltijo de col, remolacha y zanahoria), un terrón de
azúcar y arenques completaban la dieta alimenticia. Otros suplementos
fuera de carta: raíces, pájaros y sus huevos, gusanos…
A partir de 1947 se regularizó una paga
de entre 150 y 200 rublos y la recepción de paquetes de la Cruz Roja y
la Iglesia evangélica alemana. Pero al muerte en el Gulag, donde en
teoría estaba prohibida la tortura, acechaba siempre: alimentación
deficiente, exceso de trabajo, enfermedades… Pese a todo, gracias
principalmente a su juventud, la tasa de mortalidad de los 185 españoles
del Gulag (según cálculos restrictivos; estimaciones más permisivas los
sitúan cerca de los trescientos) se mantuvo en torno al 14′6%, baja en
comparación con la de los prisioneros rusos y de otras nacionalidades.
Los españoles fallecidos tenían derecho a que les ataran una tablilla
con su nombre a uno de los pies; luego, a la fosa común. Muertos fuera
del palio de la historia.
En 1942, los marinos supervivientes del
Círculo Polar y los alumnos-piloto de Krasnoiarsk fueron reunidos en
Kazajistán, en los alrededores de Karagandá, un paisaje estepario. En
territorio kazajo estuvieron seis años y conocieron los campos de
Karabas (dominados por los urkas, bandidos profesionales)
Spassk y sobre todo Kok-Usek. Este último fue el campo por excelencia de
los españoles. Era un establecimiento represivo de nivel intermedio, a
medio camino entre los insoportables campos polares y los más benignos
de la Rusia europea. Durante los cinco años en que albergó a los
republicanos se produjeron noticias esperanzadoras (diez españoles
fueron padres) y terribles (nueve perdieron la vida, incluida Petra
Díaz, esposa de uno de los marineros).
Desde 1941 estaban llegando al Gulag
otros grupos de españoles. La intervención de la División Azul en
auxilio de los nazis no solo llevó a los campos a prisioneros de esa
unidad, sino también a un colectivo que no participaba del entusiasmo
franco-falangista de la mayoría: los “desertores planificados”. Eran
comunistas que habían sido represaliados por el régimen al final de la
Guerra Civil y que aprovecharon el enganche en la División Azul para
proseguir el combate contra los nazis mediante la deserción al llegar a
territorio soviético. Lo consiguieron 75 hombres. El premio a su
fidelidad ideológica fue desconcertante: los campos de trabajo hasta
1949, aunque se beneficiaron de cargos subalternos y fueron tratados con
corrección. Y el 15 de mayo de 1945, en la embajada española en Berlín,
fueron detenidos por los rusos otros 44 republicanos. Conducidos a la
Unión Soviética, hasta 1948 los mantuvieron, contra toda lógica, en el
Gulag. La explicación: había entre ellos un agente franquista, y se
imponía desenmascararlo antes de liberar al grupo.
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