Cuando era pequeño mis padres me contaron una fábula la cual dejó una especial huella en mi, desconozco si tiene una base literaria o si por el contrario es fruto únicamente del saber popular pero la moraleja está tan vigente hoy dia cómo cuando a mi se me fué narrada, que es del mismo modo en el que os la cuento yo ahora:
Un pescador faenaba aprovechando un día de sol primaveral con su barca en el medio de un gran lago. Mientras arrojaba el cebo vió una culebrilla de río nadando en zig zag sobre la superficie del agua que llevaba atrapada en su boca una rana aún viva. El pescador apiadado por el desgraciado destino que aguardaba al batracio y no estando tampoco dispuesto a privar a la serpiente de su sustento cortó una generosa porción de la provisión de queso que llevaba como almuerzo y se lo ofreció a la culebra quien soltó inmediatamente a la rana tentada por el ofrecimiento de un bocado más suculento el cual devoró con celeridad y gran deleite. Ese día el pescador regresó a casa con la conciencia tranquila convencido de haber llevado a cabo una buena acción.
Cual fue la sorpresa del buen pescador cuando al dia siguiente mientras pescaba en el mismo lago notó unos leves golpecillos en el calado de la embarcación, cuando se asomó a ver que pasaba se encontró a la misma serpiente con dos ranas en la boca nadando hacia él.
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