Abre la puerta de un apartamento en
París, Roma o Londres y casi invariablemente serán los mismos cajones,
escritorios y estanterías de Ikea ... Entra en 9 de cada 10 restaurantes
en Nueva York, Madrid o Bruselas y te ofrecerán la misma ensalada César
y la misma hamburguesa con queso acompañada del mismo ruido de fondo
certificado por la MTV ...
Echa un vistazo a un quiosco de
prensa en Florencia, Oporto o Rotterdam y encontrarás los mismos modelos
en papel cuché para cantar las alabanzas de idénticos productos
fabricados en China o Bangladesh en nombre de Wall Street ...
Llevado por casualidad de un
punto a otro del planeta, sólo el lenguaje (¿y por cuánto tiempo?)
permite por ahora determinar más o menos el país en el que te
encuentras. Ni la ropa, ni la comida, ni los pasatiempos, ni los
programas culturales, los carteles de películas o el arte ya no son un
punto de diferenciación.
La polifonía del mundo se acaba
de forma gradual, poco a poco, para ser reemplazada única y
escalofriante por la monótona música artificial del ascensor o del
supermercado. ¡Lady Gaga y Coca-Cola desde Brest hasta Vladivostok!
Es obviamente contra este
neo-totalitarismo impuesto por la oligarquía financiera nómada y
apátrida (con la complicidad entusiasta del ejercito de víctimas
voluntarias sumisas al consumismo) contra el que luchan los militantes
de la defensa identitaria, de la identidad.
Porqué la identidad es la singularidad del mundo, lo que constituye su riqueza y que nutre la diversidad de sus genes.
La identidad es aquello que
limita y encuadra el individualismo egoísta del hombre incluyéndolo en
una entidad más grande en la que se solidariza carnalmente con una
tierra y una comunidad.
La identidad es lo que hace a un
hombre al mismo tiempo heredero, el vehículo del significado y la
encarnación de una visión del mundo, desbordante de posibilidades y
perspectivas originales y particulares.
Porqué, como ha teorizado Alain
de Benoist, la identidad no es "aquello que nunca cambia, sino que un
modo específico de cambiar", no es una "esencia inmutable", sino que es
un particularismo incesantemente reinventado.
Por esta razón, nuestra
concepción de la identidad, fundamentalmente arqueo-futurista, que tiene
sus raíces en nuestras tradiciones mientras se enfrenta a los desafíos
del futuro, sigue manteniéndose equidistante del conservadurismo
paralítico de la derecha reaccionaria y del progresismo sin memoria de
izquierda.
La Identidad es la tercera vía
del pueblo que al mismo tiempo recuerda y construye, ama y combate,
honra a sus muertos y afronta los desafíos de la época, defiendo su
patrimonio y prolongándolo con la creación e innovación, ama a los
suyos y comparte con los extranjeros la riqueza de su historia y de sus
respectivos valores.
La Identidad es la espada del pasado cubierta en la sangre del presente para afrontar la lucha del futuro.
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