La demagogia es el principal recurso utilizado por los progres mediáticos, acusando sistemáticamente al mundo patriota de aprovecharse de la situación actual de crisis para trasladar a la sociedad sus pensamientos “racistas” e intentar fomentar el odio hacia el diferente, bien por razones religiosas, raciales, culturales, etc.
Bien es cierto, que en las eras de las crisis es más sencillo llegar a las masas adoptando posturas radicales, en la historia tenemos innumerables ejemplos de que las personas son más susceptibles de culpar o intentar desplazar de la sociedad a sectores que en su opinión representan una amenaza o retraso para su recuperación económica.
Como también es cierto, que en estos momentos estamos sufriendo la mayor crisis económica desde el crack del 29, así como también es cierto que durante los años de bonanza económica recibimos el mayor flujo de inmigrantes de todos los países de la UE.
En aquellos tiempos en los que se llevó a cabo la primera gran regularización masiva -cabe recordar que fue llevada a cabo por el gobierno de José María Aznar- las organizaciones patriotas ya predecían las consecuencias negativas que esa política de inmigración podía acarrear a la economía de España, por tanto, el afirmar que nos estamos aprovechando de la delicada situación del momento actual para llegar al ciudadano con nuestro discurso “racista” es totalmente falso, lo hacíamos antes, durante y lo haremos después.
En las sociedades, comunidades, estados, países… es necesario que exista un objetivo común, para el presente y el futuro, en toda sociedad con ansias de evolucionar es de vital importancia que todos los individuos que la componen remen en la misma dirección. Una sociedad con metas en común, es una sociedad que con total seguridad será capaz de afrontar y solucionar cuantos obstáculos se le presenten, por tanto, las sociedades unitarias están predestinadas a evolucionar y sobrevivir en un mundo, este actual, en que solo los fuertes sobreviven, y no hay duda que la unión es fuerza.
En cambio, en el modelo de multiculturalidad, el cual ya estamos sufriendo, se compone por comunidades que nada tienen en común en cuestiones tan importantes como religión, costumbres, idiomas, cultura, higiene, comportamientos…. Lo que convierte a la sociedad multicultural en algo parecido a un reality show, todos hemos seguido alguna vez este formato de programas televisivos, que consisten en encerrar en una casa llena de cámaras a personas que nada tienen en común unas con las otras, todos estos programas han basado su éxito en las discrepancias y enfrentamientos originados por las distintas prioridades de sus concursantes, diferencias que en más de una ocasión han puesto en serios apuros a las productoras de estos formatos al llegarse a dar situaciones de faltas de respeto, violencia común, de género, diferencias ideológicas etc.…
Eso precisamente está sucediendo en nuestra sociedad actual, a la cual le es imposible adoptar medidas capaces de solucionar los problemas del presente, lo que a un grupo le parece bien a otro no, si para unos la educación es la prioridad para otros lo es la religión, y así infinidad de ejemplos. Esta bomba de relojería en que se ha convertido la multiculturalidad ha sido motivo de numerosos debates por parte de defensores y detractores de esta fórmula, en todos ellos siendo incapaces de llegar a una conclusión avalada por las dos partes, si en la teoría no nos podemos poner de acuerdo, debo llegar a la conclusión de que en la práctica es imposible su buen funcionamiento.
El no estar de acuerdo con el erróneo planteamiento de las sociedades multiculturales no es sinónimo de racismo, al menos yo no soy racista, y creo que las personas que conozco tampoco lo son. Como individuo no tengo ningún prejuicio sobre las personas, ni racial, cultural, religiosa, o de la índole que fuere. El problema de la inmigración no debe centrase en el terreno del individuo, sino en las consecuencias sufridas por la sociedad nativa ante la llegada de grandes cantidades de individuos foráneos. En el caso específico de España hablamos fundamentalmente de consecuencias laborales y de convivencia. No me detendré a especificar las consecuencias pues requeriría demasiado tiempo enumerarlas todas, pero a nadie se le escapa que con la llegada masiva de inmigrantes se han visto seriamente dañados derechos laborales fundamentales, o como se han ido transformados negativamente barrios que antes eran seguros en focos de delincuencia y de exclusión social.
Las reticencias hacia este modelo integrador tan febrilmente defendido por grupos de izquierdas, sindicatos y otras organizaciones, no se basan en el rechazo hacia las personas –aunque a ellos les interesa venderlo así- se basa en la incapacidad natural del ser humano a tolerar conductas que nada tienen que ver con sus principios e ideales, su educación y su cultura. Desde la prehistoria el ser humano se ha identificado -y es una de las razones que nos hacen humanos- por defender todo cuanto estiman: la familia, su territorio, su libertad.
Es de sentido común que si una comunidad de personas ajenas a nuestro entorno intentaran consciente o inconscientemente alterar el orden de las cosas que nosotros hemos establecido, nuestra reacción natural sea la defensa de los valores que a lo largo del tiempo han contribuido a forjar nuestra propia identidad.
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